Lunes, 09 Julio 2012
Remembranzas de la azarosa vida de una radio
guerrillera
Por Armando Salazar
SAN SALVADOR - De pronto asomó una avioneta
Push & Pull (la gradilla o la carreta, como se le decían), de exploración y
lanza- roquets, que por su baja velocidad, alcanzan gran precisión en el
ataque. Cuando la vimos hacer una ronda sobre nosotros nos pusimos en situación
de total emergencia. El avión con su sordo y parsimonioso rumor, de pronto,
hizo el ruido como de desconexión de motores y se creó el silencio en el aire.
Entre gritos, todos salimos corriendo a los tatús
anti-aéreos… breves segundos después inició el estruendoso ruido como cuando se
destapa una botella de vino: PUP, PUP y se dejó oír la chiflante trayectoria de
los primeros roquets y el trepidante impacto casi sobre nuestras espaldas.
Ya en el 84, ya se comenzaba a hablar de que el
ejército cambiaría la táctica utilizando la fuerza aérea en bombardeos de
saturación y tras ellos, los grandes desembarcos helitransportados directamente
a la zona de ataque. Eso generaba temor.
Fue en ese campamento que transmitimos a finales de
año 1983 el primer asalto al Cuartel de la Cuarta Brigada de El Paraíso,
operación de una guerrilla revolucionaria sin precedentes en
toda la historia de América Latina, burlando los experimentados diseños contrainsurgentes norteamericanos.
toda la historia de América Latina, burlando los experimentados diseños contrainsurgentes norteamericanos.
Un roquet tras otro, uno tras otro, y otro y otro.
Las esquirlas de metal explosionado cortaban todo a su paso: piedras, polvo, troncos y
ramas de pino, humo y el incendio comenzó a propagarse por todo el cerro donde
estaba la Radio.
La cabina de transmisión y locución estaba
incrustada en una gran excavación cuadrada y protegida por troncos de pino
apretados encima de la misma. Al interior, sobre la tierra se tallaron mesas y
estantes a puro huisute, pala y azadón. Su ingreso era una zanja en zig-zag
donde uno caminaba ya protegido, avanzando en el desnivel del terreno.
Días antes del ataque había sobrevolado a muy baja
altura y a gran velocidad un avión tipo caza A-7 (Corsario), que ingresó desde
territorio hondureño: o era hondureño o era gringo procedente de las bases
militares en Honduras, porque ningún piloto salvadoreño lo hubiera hecho. Habrá
visto hasta la ropa tendida. Nos atuvimos, no pusimos mayor atención.
Chabelita, la compañera cocinera y sus hijos
Esmeralda y Elías, aún venían con retraso hacia la zanja. Era la última con su
vestido rosado pálido y le dije que se metiera al refugio, donde ya no
cabíamos. Yo quedé en la propia boca del tatú, con la cabeza casi fuera del
mismo. Segundos después las esquirlas trozaban literalmente la tierra, las
piedras y las ramas. Mati, al otro lado del cerrito, andaba en el cagadero y
quedó arañando la poca vegetación entre pinos, esquirlas y humo.
El temor nuestro era que viniera inmediatamente el
desembarco de helicópteros en un plancito pocos metros al norte, mientras el
campamento era lenguas de fuego por todos lados. Solo nos quedó agarrar
nuestros fusiles, quienes teníamos, y lanzarnos por los barrancos hacia la
quebrada…donde apuntara la nariz.
Casi “tumbeábamos” saltando zanja abajo hasta
llegar a la quebrada, esperando la nube de helicópteros. Allí íbamos Mati, Piquín,
Toño Cañénguez, el Negro Rafa, Juan Carlos, Chabelita, Esmeralda, Elías,
Rigoberto, Norberto, Merlin, Luisón, entre otros compañeros.
En esos momentos estaba también por ingresar un
grupo de periodistas extranjeros que los llevaba Haroldo. El reportaje sobre la
Radio quedó petrificado. De lejos, el mando del Frente miraba el gran incendio
en el cerro y solo comentaron “se murió La Farabundo”.
En la quebrada estuvimos varios minutos, esperando
el desembarco y otro ataque que por suerte no sucedió. De la gran tensión el
Negro Rafa se durmió. Lo llamábamos, pero no despertaba. La tensión casi nos
paralizaba a todos.
Con sectores del campamento aún en llamas,
decidimos subir nuevamente. Por suerte ningún roquet había caído sobre la
cabina o los depósitos de combustible. Juan Carlos reportaba que el grueso
cable coaxial, que conectaba los transmisores a la antena, estaba cortado en
varias partes y se dispuso a repararlo. Faltaba ya muy poco para la transmisión
del mediodía y dudamos en hacerla por el riesgo de un nuevo ataque.
Sin embargo, también valoramos que si no
transmitíamos, el enemigo sabría que había golpeado exactamente a Radio
Farabundo Martí. Entonces, con grabaciones del programa de la mañana,
dispusimos hacer la transmisión con partes grabadas y alguna locución simulando
normalidad.
En los minutos que duraba la transmisión todo el
personal nos dispusimos a guardar en tatús algunas cosas, desmontar el humeante
campamento y retirarnos al nomás terminar la transmisión.
Se cargaron los caballos con los transmisores,
bidones de combustible y partes de los motores y salimos en columna a otra riesgosa
marcha por zacatales a plena luz del día hacia El Sicahuite, al norte de El
Jícaro. Al llegar, nos dimos cuenta que estábamos llenos de ceniza, tilosos de
rostros, brazos, mochilas y ropas. Nos mirábamos y nos enteramos que estábamos
enteros para una nueva transmisión. En la noche nos reíamos nosotros mismos,
fumando, aún con los cuerpos algo engarrotados por el susto. Habíamos salido
vivos de El Roqueteado.
Creo que nunca habíamos vuelto al lugar, incluso
durante la misma guerra. Hace unos días visitamos el legendario cantón Los
Naranjos, un poco al norte de Las Vueltas, en las enaguas de nuestra madre: La
Montañona.
Junto con Elvis, técnico y productor de Radio
Farabundo Martí, entre extraviadas veredas, jóvenes pinos, crecidos arbustos y
roído por el tiempo, logramos encontrar El Roqueteado, cicatriz de nuestra
memoria.
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