Remembranzas de la que era considerada
"La Meca" de las FPL en 1981
Por Armando Salazar
SAN SALVADOR - A finales de 1981, La Laguna Seca fue la metrópoli nacional de
las FPL: la cuna de una buena concentración de fuerza guerrillera, de cuadros
del partido y la identidad de una población dolorosamente pasada por hambre,
atropellos y masacres.
Una buena posición geográfica
protegida, con abundante agua y un impresionante paisaje con su pecho frente al
río Sumpul. Con algunas nostalgias, después de la primera reunión de
corresponsales de guerra de La Farabundo, pronto tuvimos que marchar para
iniciar transmisiones a La Montañona.
A finales de marzo del 82, las tropas
del gobierno iniciaron un nuevo operativo en Chalatenango: buscaban a las
unidades guerrilleras que habían asaltado las posiciones militares de San
Fernando y Nueva Trinidad y legalizar la guerra contrainsurgente con las
primeras elecciones.
La Farabundo, que tenía dos meses de
transmitir, se erigió como objetivo militar y se vio obligada a dejar
apresuradamente La Montañona. Todo el personal del campamento cruzó la calle
hacia el cerro El Limón bajo un incesante paso de helicópteros que
desembarcaban tropas en Las Vueltas. El paso por La Laguna Seca solo fue para
descargar un rato las
mochilas en un incierto atardecer.
mochilas en un incierto atardecer.
Mascamos alguna tortilla tiesa con
azúcar y pronto iniciamos nuestra primigenia marcha nocturna hacia Los Ranchos
por los desfiladeros de Peña Flor. Ya íbamos agotados y algo sombristos.
En el momento en que la gigantesca
columna se disponía a cruzar la calle de Guarjila, recuerdo que Dimas mandó a
llamar a un tal Cesario y a su tropa porque había la posibilidad de una
emboscada enemiga. La orden iba pasando, de uno a uno, a oscuras. De pronto, en
el paso de voces, la orden ya no fue “Que pase adelante la columna de Cesario”,
sino que se convirtió, en quién sabe qué tramo del tumulto de gente en
“Empiecen a rezar el rosario, empiecen a rezar el rosario”.
Después de jugar a la “mica” y hacerle
el vacío al enemigo en El Jocotillo y Los Amates, retornamos extenuados a La
Laguna Seca. Encontramos que la comarca había sido destruida. Toda. Desde las
duchas de bambú con fresca agua de El Talzate hasta la roída iglesia. Solo
quedaban tejas, adobes y maderos destrozados sobre el empedrado. Daba
sentimiento.
La Farabundo tuvo que desentatuzar y
trasladar secretamente los aparatos de transmisión y motores de La Montañona,
ya que el ejército había atrincherado una compañía reforzada en El Jícaro. Con
poco combustible, logramos reiniciar transmisiones, de escasos veinte minutos.
El encanto de La Laguna Seca había
pasado… consumido por el fuego.
Bajo sus cenizas, se hicieron nuevos
tatús para los motores. La cabina trasmisión y audio de la radio la colocamos
dentro de una chamuscada casa de gruesos adobes. Cargamos viejas puertas para
hacer las mesas de trabajo y pasábamos apretando las costuras del pantalón para
destripar las pulgas.
A veces uno paga sus travesuras.
Recuerdo que en el primer bombardeo cerca de La Farabundo en La Montañona,
logré grabar la picada de un Fouga Magister: el tenebroso paso sobre nosotros y
el estruendo de las explosiones. Esa misma grabación, en caset, cuando
estábamos tranquilos, apretaba el “play” a todo volumen y eran los saltos de
compañeras y compañeros. Me puteaban con toda el alma.
Pues en esos días de retorno a La
Laguna Seca, cuando estábamos en reunión de información, alguien hizo lo mismo,
y fui yo el único que terminé gritando alertas bajo la mesa, mientras todos los
compas se carcajeaban diciendo “Chis… y a éste ¿qué le pasa?”
A los días llegó algo “mejor”. En un
mediodía de mayo asomó un helicóptero que nos puso en alerta en plena
transmisión y como medida de seguridad, se colocó un audio informativo
pre-grabado. Consideramos que “no era para tanto” la amenaza, porque sabíamos
que los adobes nos protegían de ráfagas (la aviación aún no tenía Hughes 500
lanza-roquets) y que había una ametralladora punto 50 en la serranía.
Pero cuando el helicóptero permaneció
mucho tiempo a mediana altitud sobre La Laguna Seca y la ametralladora no
tastaseaba… de curiosos, nos dispusimos a ver qué pasaba: la 50 se había
encasquillado y el papaloteo encima.
En ese tramo de segundos, el motor y
las aspas del UH-1H de pronto hicieron un ruido mayor, acelerado. El aparato se
estaba liberando de una carga y vimos, verticalmente sobre nuestros ojos, que
venía por gravedad una gran pelota negra: lo que venía era una bomba en caída
libre.
Casi no nos dio chance de lanzarnos y
quedar apilados culoarriba en las zanjas antiaéreas cuando estalló en un
acantilado a unos veinte metros. En pocos segundos, del zacatal seco saltaban
largas lenguas de fuego.
El “Guerrillero”, la pista coral que
utilizábamos en el noticiero, seguía sonando, hasta que Ricardo ponía en pista
el cierre de la transmisión con los violines y timbales del “tutun-tun” de
Adrián Goizueta.
Sera un placer leer su nuevo libro, lamentablemente no pude ir a al lanzamiento, pero en mi agenda esta leerlo este mes.
ResponderEliminarCada vez que leo sus anécdotas me doy cuenta que existe mucha historias que contar de nuestra gente.
Nunca me he canzado de leer sus historias, gracias por ello.
Su eterna lectora.