A la tragedia esta mujer la enfrentó
con su inmensa sonrisa y con ojos de esperanza y amor por los demás.
SAN SALVADOR - El pasado
25 de julio, Sandra Villatoro, mejor conocida en la guerra como “Yolanda” o
“Rubenia”, falleció después de sufrir una larga enfermedad cerebral. Sufrió,
porque se sufre con estas cosas. Llegó a tener conciencia que su cuerpo se
deterioraba cada vez más, hasta que perdió la noción de todo, y entonces poco a
poco, sobrevino la muerte.
Quienes la conocieron lamentaban su
estado, después de haberla conocido como alma y fuego de una generación
rebelde.
Pero Sandra o Yolanda o Rubenia dejó
sembrada una semilla en cada uno de nosotros, sus hermanos y amigos, entre sus
hijos e hijas y todos sus familiares, vecinos y gente que la admiraba. Esa
semilla es de la siempreviva, una flor silvestre y rebelde, que nunca muere y
que nos reclamará
constantemente llevar en nuestros corazones esa llama de lucha, de amor y generosidad con que esta mujer se entregó a la vida.
constantemente llevar en nuestros corazones esa llama de lucha, de amor y generosidad con que esta mujer se entregó a la vida.
Antes de morir la Rubenia escribió un
pequeño esbozo sobre su azarosa vida. Sencillo el escrito y la narración de los
hechos que consideró grandes, como ella misma era: sencilla y grande. A la
tragedia esta mujer la enfrentó con su inmensa sonrisa y con ojos de esperanza
y amor por los demás.
Como la siempreviva
Mi poesía
es como la siempreviva
paga su precio
a la existencia
en término de asperidad.
Entre las piedras y fuego,
frente a la tempestad
o en medio de la sequía,
por sobre las banderas
del odio necesario
y el hermosísimo empuje
de la cólera,
la flor de mi poesía busca siempre
el aire,
el humus,
la savia,
el sol,
de la ternura.
Roque Dalton (1935-1975)
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Testimonio
La radista de La Montañona
Por Sandra Villatoro
SAN SALVADOR - Mi familia
por parte de mi abuela materna estaba involucrada en el trabajo político. Mi
bisabuela repartía propaganda en la época de Martínez en medio de los tiroteos,
y una tía salía con ella.
Mi madre era madre soltera y vendía
ropa a los puestos de los mercados. Yo nací en el Hospital de Maternidad de San
Salvador y la primera parte de mi niñez la pasé en el barrio
Lourdes.
En 1965 nos fuimos a vivir al barrio
San José, Zacatecoluca, en el departamento de la Paz. Mi hermano mayor, que me
llevaba dos años, era estudiante de Arquitectura en la Universidad Nacional y
ya se había organizado en el año 1978.
A principios de 1979 yo estudiaba en
el Colegio San Pablo, donde era buena estudiante, y la directora de la escuela
me estimaba mucho. Cuando me organicé en el MERS me pusieron de responsable de
esta escuela. En mayo de 1980 mataron a cuatros dirigentes políticos
campesinos, de los cuales dos eran mis responsables. Trajeron a los muertos al
plantel del colegio para velarlos. El Ejército nos rodeó, pero eventualmente, a
través de la Iglesia, los pudimos enterrar.
Después de esto me di cuenta de que
me estaban controlando mis movimientos y tuve que salir de Zacatecoluca.
Al principio de la guerra entré
a Chalatenango vía Honduras. Esto fue a finales de febrero de 1981, momentos
después que comenzó la primera ofensiva, cuando todavía se estaban formando las
frentes de guerra.
Al principio me querían poner en el
trabajo logístico, pero me perdí rumbo a Upatoro y entonces me quedé mejor
trabajando en Abastecimientos.
Abrieron otro campamento en El
Jícaro, y después, en mayo, movieron el campamento donde yo trabajaba a
la Montañona. Allí yo estuve en el mando con la tarea de recopilar información
de las postas y de las exploraciones, y con esa información se hacían los
croquis de La Laguna pueblo y Ojos de Agua, y otros lugares.
Yo lo transcribía y lo pasaba a
Felipe. A los días se recuperó el primer radio de comunicaciones que
usaba el ejército, un radio PRC-77. Era un radio que uno se ponía de mochilota.
Yo escuchaba la comunicación de los puestos militares en San Isidro, Ojos de
Agua, Los Ranchos, Las Flores y Las Vueltas, o sea que yo hacía trabajo de
intercepción.
En 1981, unos días antes de que
cumpliera 19 años me pasaron a la comandancia para trabajar en el equipo de
información e inteligencia. Yo trabajaba con el hijo mayor del poeta Roque
Dalton, Roque, cuyo seudónimo era “William”. Teníamos un radio cada uno y
estábamos recopilando información para saber los movimientos del Ejército en
esa zona.
En octubre de 1981 fue la ofensiva
del Ejército en la Montañona. Estábamos en un campamento que se llamaba “El
Chile Quemado”. Nos fuimos para el campamento que estaba en “La Casona” y de
allí nos separamos en dos grupos y nos fuimos en retirada.
Le cayó un desembarco al otro grupo,
donde iba Marcial, y mataron a toda los compañeros de seguridad de Marcial. No
sé cómo fué que el viejito se salvó. Nos quedamos con el campamento de "La
Casona", y nos fuimos en retirada para romper el cerco.
Allí iban Dimas y Salvador Guerra, y
yo por casualidad había escuchado que la retirada era hacia el Conacaste. Nos
emboscaron el grupo en la madrugada en un lugar, y salimos en desbandada y me
quedé perdida. Ya no volví a saber nunca jamás de "William".
Nos tocó caminar varios días
descoordinados en el monte. Yo andaba el radio y sabía los nombres de las
posiciones del enemigo, pero no conocía el terreno. Al principio éramos quizás
unos siete de población y tres de la guerrilla, pero perdimos tres personas y
no sabíamos para dónde se fueron.
Estaba lloviendo y había una niña de
unos cinco años que chillaba, pues había perdido a su familia y tenía los pies
ensangrentados. Yo me puse un cincho de cuero adelante como portabebés y cargué
a la niña, y al mismo tiempo llevaba el PRC-77 en mi espalda.
Estuvimos enmachorrados varios días y
aguantamos mucha hambre y sed. Queríamos acercarnos a un pueblo para buscar
agua y comida, pero nos dimos cuenta de que allí donde estábamos era Las
Vueltas, donde estaba concentrado el enemigo. Había una señora de la población
encharralada con nosotros con una bala en la pierna.
Un día oí por el radio que se había
terminado el operativo y que iban a concentrarse en Las Vueltas. Estaban
hablando peladamente de cuánta gente habían descuartizado y torturado.
Dejé a la gente de población y a la
niña con Rudy, el técnico de la Radio Farabundo. El día del operativo, ya
oscureciendo, yo y René de Sanidad salimos en dirección al Picacho, que estaba
cerca, porque sabíamos que antes hubo campamento ahí.
Nos dimos una gran perdida pero al
fin llegamos. René, de Sanidad, y yo íbamos llegando a la entrada de la Laguna
Seca cuando apareció un compañero de la exploración. Le pregunté cómo llegar al
Conacaste y de allí nos dimos otra gran perdida, pero al fin llegamos.
Allí en el Conacaste estaba Salvador
Guerra, Jacinto y varios otros compañeros. Les explicamos cómo encontrar a la
gente que había quedado encharralada por Las Vueltas. Al par de horas apareció
Rudy en el Conacaste cargando a la señora baleada, y también fueron apareciendo
otras gentes.
De allí salimos para el campamento de
El Alto. Entonces llegaron los A37 y empezaron a bombardear El Alto.
Allí salió herido el compañero Neto
de un brazo. Llegó Benito médico y le amputó el brazo con una navaja suiza.
Después, en 1982, ya habíamos quedado
con sólo un radio. Estuve enseñándoles a unas compañeras campesinas a usarlo.
Allí estaba Gérman para las tareas de San Fernando y San Isidro Labrador.
Yo para la tarea de San Fernando no
tenía zapatos, y antes de la tarea me dieron unos zapatos enormes que eran una
tortura porque me causaron grandes llagas en los carcañales y me dio fiebre.
Cuando llegué al lugar de concentración en el Izotallillo me encontré con
Felipón, que tenía unos zapatos que le quedaban muy pequeños y así fue que
cambiamos zapatos y me quedé mejor.
Participé en varios operativos ese
año, siempre en calidad de trabajo de intercepción. En 1982 pedí permiso
para salir a la Metro para ver a mi familia y me dieron 15 días…
Mi jefe era Mario. Pero cuando
llegué a la Metro me dijeron que tenía que quedarme trabajando allí.
Así fue que quede trabajando con Luciano y el Equipo de Información.
Todas las casas de Información tenían muebles con varios embutidos. Teníamos un
radio de intercepción y oíamos las comunicaciones de los radiopatrullas. Y me
tocaba salir a ciertos contactos donde me daban información de militares.
En noviembre de 1982 estuve con 15
días de permiso en Chalatenango. Había una niña de 10 años que era hermana de
la cocinera en el campamento y se vino conmigo de regreso a la Metro. Cuando
llegó la hora de regresar al campo la niña pidió quedarse conmigo, así
que la lleve donde mi mamá y mi mamá la crió.
Una vez, cuando capturaron a un
compañero, nos dijeron que teníamos que estar pendientes para evacuar el local.
Yo estaba embarazada e hice la primera posta, y cuando estuve haciendo la posta
comencé a tener contracciones. Sabía que no iba a poder dormir, así que quedé
en la posta toda la noche y al siguiente día nació mi primer hijo.
Fue el 19 de mayo de 1984. Yo
pasé a trabajar con María Elena y nuestra tarea fue que recibíamos a
compañeros que venían enfermos de Chalatenango. Los llevábamos a distintos
médicos, algunos que eran colaboradores y otros que no sabían nada. Recuerdo que
no teníamos un oftalmólogo que fuera colaborador, así que llevamos a un
paciente que tenía una esquirla en el ojo a un médico famoso que se llamaba
Bracamonte. Allí en su oficina se puso a operarle el ojo al compañero y me dio
guantes y me puso a ayudarle a él con la cirugía.
El compañero Arnoldo
desapareció el día 17 de julio de 1985 y ya no se supo de él. Se lo
llevaron a las cárceles clandestinas y quizá lo torturaron hasta que
murió. Él vivía en la casa de la madre de él en San Bartolo. Su compañera
Elena negó irse de la casa pues prefirió quedarse esperándolo.
Una vez fui a esa casa para buscar a
Elena y darle su estipendio, que era una miseria, pero cuando entré vi a
unos hombres. Uno de ellos me agarró del brazo y yo le di una patada
duro, pero habían varios y no pude escapar.
Cuando me agarraron me capturaron la
cartera y yo tenía correos de Cocal. Mi mamá se fue a poner la denuncia
al ver que yo no llegué a dormir en la casa, y así fue cómo la Cruz Roja
me pudo encontrar.
Estuve capturada en la Guardia 15
días, durante los cuales me estuvieron interrogando. Para complacer a los
interrogadores me inventé varios conectes y me sacaron en una Cherokee, pero
allí por supuesto no llegó nadie al conecte, y me golpearon.
Después de 15 días me mandaron a la
Cárcel de Mujeres. Allí estuve por cinco meses. Había mujeres de todas
las organizaciones. Nosotros allí adentro de la cárcel hacíamos mítines y
denuncias. Si uno tenía un montón de dinero para pagarle a un abogado, te sacaban
de allí. Cuando el abogado de la Cruz Roja me sacó me ofreció mandarme a Suecia
o Canadá, pero no acepté.
Así que me fui de regreso al frente
en mayo de 1986 después que salí de la cárcel. Allí conocí a Diego y él
me puso mi nuevo seudónimo, Yolanda. Entre las tareas que tuve en ese tiempo
fue trabajar en el CIR (Centro de Información Revolucionario).
Allí trabajaba con Evita (la
compañera de Gérman) y Lucía . Allí lo que hacíamos era preparar los
comunicados para repartirlos en los campamentos. Por ese tiempo usábamos
mimeógrafos y esténciles para hacer las copias.
Entonces quedé embarazada de mi
segunda hija. Nos mandaron a mí y a Jacinto a la Radio Farabundo para trabajar
juntos. Cuando tenía siete meses de embarazo me sacaron a San Salvador y como
ya había estado encarcelada decidieron que era mejor mandarme a Nicaragua.
Estuve un año en Nicaragua, donde trabajaba en Comunicaciones para transmitir
información del frente.
Cuando regresé a El Salvador
estábamos en los preparativos de la ofensiva. Llegué el 9 de noviembre de 1989
y me quedé descoordinada porque mi contacto estaba fijado para el 11 de
noviembre, así que no me coordinaron hasta después de la ofensiva para trabajar
con el radio.
Trabajé en Comunicaciones
transmitiendo información de Chalatenango a la Metro. Esto era lo que hacía
hasta que se firmaron los acuerdos de paz. Después de la firma me pasé a
la Radio Farabundo, y ahí me quedé...
Hasta la victoria Siempre Compa Yolanda... Que tengás buenas noches
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