jueves, 19 de enero de 2012

Luisón: El Barraco de "La Farabundo"


DOMINGO, 23 OCTUBRE 2011
Anécdotas de una de las dos radios insurgentes de la guerra salvadoreña
Por Armando Salazar
SAN SALVADOR - “Tírese un pedo y salga volando” (a la usanza de Walt Disney) decía frecuentemente Luisón, para desquitarse alguna insinuación o jodarria, directa o indirecta, inmoral o desafiante, que pusiera a prueba su orgullo como hombre, combatiente o de sus habilidades adquiridas en sus cicatrizados años del Chalatenango insurgente.


Sigue igual, hoy día. Un poco más mesurado, analítico de versiones y observador. Son veinte años más de alargar la cola de garrobo, después de la guerra, igual que todos. Alguna vez le cortaron el pelo-parado en La Montañona, pero no despegada el ojo, el olfato y el oído al ambiente. ¡Qué va a ser!
Luisón, caballero trabajador del campo y el ganado, y hombre “rijioso” de la guerrilla revolucionaria, siempre fue una seguridad no solo físico-material, sino también moral de Radio Farabundo Martí: “Hágale huevo”, decía siempre con quien tuviera una  conversación corta y lapidaria.
La Farabundo, siempre y por suerte, nunca estuvo anexada al campamento del mando político-militar del Frente Norte, aunque sostenía comunicación terrestre (por “correos” brechando enzarzadas veredas) o por mensajes “claveados”, como todas las comunicaciones que circulaban en los frentes de guerra. Los únicos mensajes “pelados” (sin codificación) eran los que recibía la radio.
En el último tramo de la guerra,
Luisón, Nelson y Atilio, junto a otros compañeros deabastecimiento, entre ellos Agapito, Sarbelio y Reynaldo, eran quienes conformaban la escasa unidad de seguridad. Más que una unidad de combate, era también una unidad que conocía el terreno (hay otros compañeros que nombrar desde los inicios de la radio). La clave era su ancestral y práctico conocimiento y sabiduría territorial.
Jamás hubo en la radio una protección de artillería anti-aérea o de otras fantasías o leyendas. Siempre fue el conocimiento del terreno su fuerza central. Y en realidad, nunca hubiera tenido sentido para una radioemisora clandestina e insurgente oponer resistencia armada a un poder de fuego enemigo sediento, de superioridad táctica, de saturación de plomo o esquirlas.
Nunca nos agarraron. Estuvimos cerca, sí… y muchas veces.
Antes del último operativo contrainsurgente de la historia de guerra del Batallón Atlacatl, en el nor-oriente del Departamento de Chalatenango, Luisón y otros compañeros colocaron un tejido de minas explosivas en los bordes de los cerros de La Cañada, activando un dispositivo defensivo para la radio frente a los sorpresivos desembarcos de tropas con helicópteros previsibles. Eso fue en Noviembre de 1991. Nadie sabía aún de la pronta la firma del compromiso de “paz”.


Efectivamente, las tropas del Atlacatl montaron un operativo en la zona y llegaronsigilosas a La Cañada, pero ningún soldado cayó en las minas. Parte del equipo de la radio había dejado los tatús de producción y transmisión, ubicados varias decenas de metros abajo. Otros compañeros habían marchado hacia La Montañona, en prevención, para la continuidad de las emisiones.
Con la sorpresa de las tropas a muy pocos metros, tuvimos que salir corriendo con las mochilas abiertas. Las antenas de comunicación las arrancamos de las ramas de los pinos. No hubo tiempo para más. Los precipicios nor-orientes de La Cañada eran el camino más recto para salir del asalto enemigo. Antenas, cables, aparatos, grabadoras y papeles los arrastrábamos en los vegetados desfiladeros.
En esos mismos días, las unidades de la Brigada “Felipe Peña Mendoza” estaban desplazados en la zona de la Carretera Troncal del Norte, a dos o tres días de camino. En la zona oriental de Chalatenango no había tropas guerrilleras: la radio y el hospital, estábamos a expensas del secreto y el camuflaje disciplinado. Fueron días de pies de plomo, de hambre, de silencio… hasta de los estornudos.
Luisón era un barraco, así se le conoce aún como guerrillero lanzado. Pero también tenía otros pliegues. Desplazaba sus gruesos labios a Zulma, lanzándole piropos arrechos y sensuales. Le ofrecía el cielo y la tierra… claro: ¡en un tapesco!
El bigotío le vibraba en cada susurrante palabra pronunciada y, pronto, pegaba una carrerita… carcajeándose. Algo así como: “vení mamita, que yo te soluciono todos tus respingues”. Pero eso nunca sucedió, que se sepa. Sin embargo, todos disfrutábamos de las públicas advertencias lujuriosas del uno y de la otra. Todo era una broma… en serio.
Pero Luisón, tenía también sus enojos planeados: después de la emisión nocturna de  la radio, movía los ojos y atornillaba el bigotío para decirle a los compañeros de transmisión y motores que abandonaran rápidamente el tatú para dejar sola y a oscuras a La Cupe. Poco después se escuchaban los resbalones en la pronunciada ladera y las grandes puteadas. Todo a oscuras. También era una broma… en serio.
Lo que nunca se esperó Luisón fue que la ONUSAL lo fuera a buscar terminada la guerra.
“¿Aquí vive Jesús Guardado - Luisón?”, preguntaron los bien comidos oficiales de la ONU, con sus boinas celestes.
Luisón, al fondo de la casa de Arcatao, se rascó la cabeza de pelos-parados.
Un “Ujuhm” bufó en un recoveco del tapial de adobe. Eran los expertos quita-minas de ONUSAL y lo buscaban para que les indicara dónde estaban las últimas minas colocadas en La Cañada.
Luisón salió volando en helicóptero con ONUSAL hacia La Cañada de Arcatao. Pero lo que no ha confesado aún es si previamente se tiró un pedo.

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