DOMINGO, 23 OCTUBRE 2011
Anécdotas de una de las dos radios
insurgentes de la guerra salvadoreña
Por Armando Salazar
SAN SALVADOR - “Tírese un
pedo y salga volando” (a la usanza de Walt Disney) decía
frecuentemente Luisón, para desquitarse alguna insinuación o jodarria, directa
o indirecta, inmoral o desafiante, que pusiera a prueba su orgullo como hombre,
combatiente o de sus habilidades adquiridas en sus cicatrizados años del
Chalatenango insurgente.
Sigue igual, hoy día. Un poco más mesurado, analítico de versiones y observador. Son veinte años más de alargar la cola de garrobo, después de la guerra, igual que todos. Alguna vez le cortaron el pelo-parado en La Montañona, pero no despegada el ojo, el olfato y el oído al ambiente. ¡Qué va a ser!
Luisón, caballero
trabajador del campo y el ganado, y hombre “rijioso” de la guerrilla
revolucionaria, siempre fue una seguridad no solo físico-material, sino también
moral de Radio Farabundo Martí: “Hágale huevo”, decía siempre con quien tuviera
una conversación corta y lapidaria.
La Farabundo, siempre y por suerte,
nunca estuvo anexada al campamento del mando político-militar del Frente Norte,
aunque sostenía comunicación terrestre (por “correos” brechando enzarzadas
veredas) o por mensajes “claveados”, como todas las comunicaciones que
circulaban en los frentes de guerra. Los únicos mensajes “pelados” (sin
codificación) eran los que recibía la radio.
En el último tramo de la guerra,
Luisón, Nelson y Atilio, junto a otros compañeros deabastecimiento, entre ellos Agapito, Sarbelio y Reynaldo, eran quienes conformaban la escasa unidad de seguridad. Más que una unidad de combate, era también una unidad que conocía el terreno (hay otros compañeros que nombrar desde los inicios de la radio). La clave era su ancestral y práctico conocimiento y sabiduría territorial.
Luisón, Nelson y Atilio, junto a otros compañeros deabastecimiento, entre ellos Agapito, Sarbelio y Reynaldo, eran quienes conformaban la escasa unidad de seguridad. Más que una unidad de combate, era también una unidad que conocía el terreno (hay otros compañeros que nombrar desde los inicios de la radio). La clave era su ancestral y práctico conocimiento y sabiduría territorial.
Jamás hubo en la radio una protección
de artillería anti-aérea o de otras fantasías o leyendas. Siempre fue el
conocimiento del terreno su fuerza central. Y en realidad, nunca hubiera tenido
sentido para una radioemisora clandestina e insurgente oponer resistencia
armada a un poder de fuego enemigo sediento, de superioridad táctica, de
saturación de plomo o esquirlas.
Nunca nos agarraron. Estuvimos cerca,
sí… y muchas veces.
Antes del último operativo
contrainsurgente de la historia de guerra del Batallón Atlacatl, en el
nor-oriente del Departamento de Chalatenango, Luisón y otros
compañeros colocaron un tejido de minas explosivas en los bordes de los cerros
de La Cañada, activando un dispositivo defensivo para la radio frente a los
sorpresivos desembarcos de tropas con helicópteros previsibles. Eso fue en
Noviembre de 1991. Nadie sabía aún de la pronta la firma del compromiso de
“paz”.
Efectivamente, las tropas del Atlacatl montaron un operativo en la zona y llegaronsigilosas a La Cañada, pero ningún soldado cayó en las minas. Parte del equipo de la radio había dejado los tatús de producción y transmisión, ubicados varias decenas de metros abajo. Otros compañeros habían marchado hacia La Montañona, en prevención, para la continuidad de las emisiones.
Con la sorpresa de las tropas a muy
pocos metros, tuvimos que salir corriendo con las mochilas abiertas. Las antenas
de comunicación las arrancamos de las ramas de los pinos. No hubo tiempo para
más. Los precipicios nor-orientes de La Cañada eran el camino más recto para
salir del asalto enemigo. Antenas, cables, aparatos, grabadoras y papeles los
arrastrábamos en los vegetados desfiladeros.
En esos mismos días, las unidades de
la Brigada “Felipe Peña Mendoza” estaban desplazados en la zona de la Carretera
Troncal del Norte, a dos o tres días de camino. En la zona oriental de
Chalatenango no había tropas guerrilleras: la radio y el hospital, estábamos a
expensas del secreto y el camuflaje disciplinado. Fueron días de pies de plomo,
de hambre, de silencio… hasta de los estornudos.
Luisón era un barraco, así
se le conoce aún como guerrillero lanzado. Pero también tenía otros pliegues.
Desplazaba sus gruesos labios a Zulma, lanzándole piropos arrechos y sensuales.
Le ofrecía el cielo y la tierra… claro: ¡en un tapesco!
El bigotío le vibraba en cada
susurrante palabra pronunciada y, pronto, pegaba una carrerita… carcajeándose.
Algo así como: “vení mamita, que yo te soluciono todos tus respingues”. Pero
eso nunca sucedió, que se sepa. Sin embargo, todos disfrutábamos de las
públicas advertencias lujuriosas del uno y de la otra. Todo era una broma… en
serio.
Pero Luisón, tenía también sus enojos
planeados: después de la emisión nocturna de la radio, movía los ojos y
atornillaba el bigotío para decirle a los compañeros de transmisión y motores
que abandonaran rápidamente el tatú para dejar sola y a oscuras a La Cupe. Poco
después se escuchaban los resbalones en la pronunciada ladera y las grandes
puteadas. Todo a oscuras. También era una broma… en serio.
Lo que nunca se esperó Luisón fue que
la ONUSAL lo fuera a buscar terminada la guerra.
“¿Aquí vive Jesús Guardado -
Luisón?”, preguntaron los bien comidos oficiales de la ONU, con sus boinas
celestes.
Luisón, al fondo de la
casa de Arcatao, se rascó la cabeza de pelos-parados.
Un “Ujuhm” bufó en un recoveco del
tapial de adobe. Eran los expertos quita-minas de ONUSAL y lo buscaban para que
les indicara dónde estaban las últimas minas colocadas en La Cañada.
Luisón salió volando
en helicóptero con ONUSAL hacia La Cañada de Arcatao. Pero lo que no ha
confesado aún es si previamente se tiró un pedo.
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