JUEVES, 13 OCTUBRE 2011
De la lluvia inclemente que le
cayó a la guerrilla, de las pulgas y los malos vientos compartidos por un
sueño
Imagino que a todos nos pasaba igual.
El frío en los músculos, nervios y huesos era como una capa permanente de agua
helada en todo el cuerpo. Hasta esos días nunca en mi vida había sentido algo
igual.
Fueron los primeros y últimos meses
de la guerra en La Montañona de Chalatenango.El frío bajaba por los sobacos
hacia la zona de las costillas y se anidaba y hacía un torzal en la zona de la
barriga. Uno sentía que los riñones hacían doble esfuerzo para mantener la
temperatura o algo así. O quizá eran señales de que eran ellos los que
necesitaban un poco de calor para darle calor al cuerpo. Quién sabe.
El frío bajaba acalambrando las
piernas hasta los tobillos. Mantenía cierto dolor lento, muy lento, que
permanecía a cada segundo, cada hora, cada día, cada semana. Las botas
permanentemente
empapadas, los calcetines o calcetas no lograban mantener tan siquiera el calor del cuerpo. Era un lentísimo dolor también. Una permanente señal de aviso que nunca terminaba.
empapadas, los calcetines o calcetas no lograban mantener tan siquiera el calor del cuerpo. Era un lentísimo dolor también. Una permanente señal de aviso que nunca terminaba.
Llovía y llovía. La Montañona era
cubierta inclementemente por la niebla y la llovizna. Los pinos y robles no
lograban romper nunca esa capa para ver el sol y éste, indulgentemente a
nuestra piel, nos pudiera dar un poco, sólo breves minutos, de calor universal.
Nada.
La leña para cocinar escaseaba.
Seguido hacíamos remolino cerca del fuego que lograba hacer Chabelita, una
mujer santa en nuestro espíritu, originaria de El Jícaro, Las Vueltas, que nos
daba café, tortillas y frijoles calientes, evadiendo los humos por vapores con
una cocina “vietnamita” hecha en una costilla de La Montañona.
El “toldo maldito” de la Radio
Farabundo Martí, un toldo de camión de carga puerto sobre horcones, nos
cobijaba del viento y la lluvia. Pero dentro, era un denso y reducido espacio
de movimientos y olores: centenares de pulgas fugitivas de la humedad también
buscaban refugio en nuestros cuerpos, pantalones y calcetines. Además del tufo
a pedo, sobacos sudados y de patas hediondas de todos nosotros.
En ese toldo también se tramaron programas,
notas de prensa, amoríos, puteadas, monitoreos, tendidos de plástico y hamacas.
Y eso, por suerte, que lo teníamos.
Otros compañeros, de las unidades de
vanguardia, tuvieron menos cobijo ante ese frío infernal, pero de seguro, menos
pulgas que apretar y menos pedos que compartir.
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