DOMINGO, 13 NOVIEMBRE 2011
Semblanza de un guerrillero a quienes
muchos señalaban de pequeño burgués
Por Armando Salazar
SAN SALVADOR - Pedro Mancía su
nombre. Bachiller del Externado San José, Promoción 1976. Otro pequeño burgués,
de muy alta sensibilidad social y creatividad en el dibujo y diseño, que se
integró sin reservas a la lucha social a mediados de los 70’.
Pedro, siendo un activo joven
católico, fue un dibujante excepcional al servicio de las luchas y las víctimas
campesinas. Recuerdo un boletín en 1977, de la Secretaría Social del
Arzobispado, sobre los “operativos combinados” de los cuerpos represivos y tropas
del ejército.
Era la primera vez que el ejército
que utilizaron helicópteros artillados en una operación que resultó en la
masacre de familias campesinas y desolación en San Pedro Perulapán, El Rodeo,
Istagua, La Esperanza, Tecoluca…
Algunas ancianas sobrevivientes
testificaban que
los guardias inescrupulosos “le machetearon las pitas de la
cama”. Otras casas humildes fueron incendiadas. Los muertos y muertas
yacían alrededor o en las alambradas de los cercos. Pedro, escuchaba en las
oficinas del Socorro Jurídico. La información era clara.
Pedro aprendió de hombres y mujeres
sencillos como Polín o Ticha Puertas, dirigente campesinos, que volcaron
su vida en la lucha de los pobres. Y sin duda, algo que marcó a muchos, fue el
asesinato del padre Rutilio Grande en El Paisnal, en marzo de 1977, por los
escuadrones de los ricos.
A partir de esos días, Pedro
comenzó a llamarse José Roberto.
Un día antes de que asesinaran a
Monseñor Romero, en la misma capilla de la colonia Miramonte, Pedro se casó con
Ana Eugenia Orlich - Raquel. Era una formal confirmación católica de una
relación amorosa que ya había transitado varios años colegiales e iniciaba
clandestinos sobresaltos urbanos. Más allá de una especie de validación en la
“vida social”, fue poner sus compartidas manos por el esfuerzo revolucionario
en este país.
Por ese contacto de venas y arterias
con los que sufrían la represión militar, José Roberto, fue abriendo sus
veredas al clandestinaje del paso de la indignación solidaria a la convicción
del concepto del pueblo armado, como forma, espacio, tiempo y condensación del
espíritu. Ya no retórico, sino del anonimato creativo insertado en el riesgoso
torrente del desafío social.
Por azares y compartimentaciones
urbanas de la época, convivimos en un local alquilado, al norte de la
Miramonte, a mediados de 1980. Fue allí donde se cuajó el logotipo de armas del
Frente Farabundo Martí. José Roberto fue su diseñador: unos fusiles terciados
teniendo al centro la imagen de Agustín Farabundo Martí.
El logo del Frente guerrillero, en el
clandestinaje, fue un hecho simbólico con el que se identificaba y unificaba la
izquierda revolucionaria y fue reproducido tanto en imprentas como en los artesanales
mimeógrafos de madera en los frentes. Pedro, también fue el último dibujante y
diseñador de “El Rebelde”, emitido por las imprentas revolucionarias en la
clandestinidad.
Un día, Raquel llamó por teléfono y
dijo: “Mirá, al chucho como que le ha dado rabia”. Era la señal de que el local
clandestino donde vivíamos, estaba en situación de emergencia por operativo de
cateo en la zona. En esa misma cuadra, según informaciones posteriores, había 5
locales clandestinos: 3 de las FPL y 2 del ERP, sin que ninguno de ellos
supiera o se entendiera respecto a los otros.
Uno del ERP y otro de las FPL, de las
unidades de guerrilla urbana, habían colocado sendas minas anti-tanques en sus puertas
principales: unas “cacerolas” explosivas de unos 40 centímetros de diámetro.
Nada pasó. José Roberto tuvo que salir del país.
En el exterior, José Roberto
creó también el logo de Radio Farabundo Martí, que se difundió en las
redes de solidaridad internacional y la prensa. No nos volvimos a ver hasta
finales de 1984, en la zona de El Picacho y el cerro El Talzate en
Chalatenango, donde se movía la radio después de bombardeos aéreos al
campamento.
A veces, antes o después de una
transmisión o en una situación de retirada por un operativo militar, le
pedíamos que nos contara películas que él había visto en el cine en meses
recientes. Se ajustaba la cachucha color caqui y comenzaba a maniobrar con los
ojos, el rostro, la voz, las manos y el cuerpo (en plenos matorrales y
arboledas) y nos metía efectivamente a la película: nos integraba a la trama de
lo que él había experimentado frente a las pantallas.
Debido a la persistente interferencia
con potentes señales transmisoras de los yanquis con su buque el Golfo de
Fonseca y desde el Cerro de Las Pavas, Radio Farabundo Martí inició la
experiencia de transmisión en la banda de los 31 metros de onda corta. José
Roberto asumió también esa misión. La Farabundo transmitía normalmente en los
40 metros SW y desplazaba la frecuencia en los transmisores y acopladores para
evadir la interferencia enemiga.
Ingresar al Frente Norte, también
significó la separación con su cría: Robertío. Éste,cuando era niño de pocos
años, vivía con su madre, Raquel, en la casa de la corresponsalía de la agencia
SALPRESS en Managua, de la que Raquel era la responsable.
Un día, Robertío se despertó en un
atardecer caluroso preguntando por su madre. “El Negro”, un compañero lisiado,
combatiente de los comandos regulares (la J-28) y que realizaba labores de
monitoreo en la corresponsalía, le dijo en broma con algún tono de enfado: “No
está. Ya se fue”. Raquel había salido a una reunión.
Robertío, un niño infatigable e
inteligente le dijo de inmediato: “Nooooo Negro. Esto es muuuuuy serio”, para
que El Negro eliminara la incertidumbre. Finalmente, El Negro, haciéndole
cosquillas, le dijo que su madre ya regresaría.
José Roberto fue asesinado después de
resultar herido, en la zona montañosa al norte de Dulce Nombre de María, en
1987. Cayó cuando escondía equipos de transmisión de la RFM en medio de un
operativo militar ejecutado por oficiales y tropas de la Cuarta Brigada de
Infantería.
Fotos: colaboración de Patricia
Morales, Jaime Aquino y María Teresa Escalona.
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